26 enero 2013

Despropósitos

Quédate dormida a las tantas con la sensación de pérdida temporal, con la luz encendida y todos tus cuadernos esparcidos por la cama. Por la mañana apaga adormilada las diez alarmas que configuraste la noche anterior con la certeza de que conseguirías despertarte temprano esta vez. Abre los ojos sobresaltada a las 12.05 pm. Desperézate y quédate en la cama durante cuarenta y cinco minutos más con esa penetrante sensación de echar de menos todo el tiempo. Piensa e imagina una sucesión de hechos que deberías estar haciendo en ese instante, como por ejemplo en un café que te tomas mientras lees las noticias del día y ya enlaces y procrastinas durante dos horas más. Levanta de un salto y prepara un café que estará mucho más cargado de lo que esperabas. Sube la persiana y abre la ventana de tu habitación de par en par, deja entrar algo de luz y de vida y provoca por lo menos una inestabilidad Kelvin-Helmholtz al contacto con el aire viciado del ambiente que te rodea. Lee las noticias del día y profundiza un poco más con ellas en esa herida de vacío existencial. Sospecha que tú eres una herida gigante por ti misma, una especie de metamorfosis kafkiana. Así hasta con tu sangre y todo tu escozor. Piensa en que no ha sido cosa tuya, culpa a algún trauma de todo pasado anterior. Siéntete aún peor. Piérdete en tus ideas durante al menos una media hora más mientras piensas en lo que vas a cocinar hoy. Redacta una lista de cosas que tienes que hacer y gasta todo tu tiempo disponible en vez de ponerte a ello. Mira la hora inquieta, empieza a preparar cualquier comida suculenta que se te termine quemando en la sartén; rompe algún vaso colocando lo del día anterior en el lavavajillas. Decide darte un baño caliente, pasea desnuda por la casa durante media hora hasta que te decidas. Apaga y enciende el grifo nueve veces hasta que el agua caliente de tu casa tenga miramientos contigo. Desespera y sal de la ducha a las cinco minutos. Haz un análisis exhaustivo y banal de todo el vaho que cubre el cuarto de baño. Observa detenidamente tu cuerpo empapado en el espejo empañado y haz el imbécil con posturas extrañas e irrisorias o mírate las tetas y culpa a esas dos jodidas perfectas de toda preocupación adolescente añadida; piensa que otra vez olvidaste desmaquillarte la noche anterior. Limpia todo el rímel corrido desde tus ojos hasta las mejillas y luego úntate alguna crema de esas caras. Como dibujando círculos. Para hidratar, piensa. Repite para tu interior intentando convencerte que deberías dejar de fumar y al verte rodeada de humo siente un pinchazo en el costado y un poco hacia atrás. Come deprisa con el pelo empapado pero peinado hacia atrás y al terminar fúmate un cigarro en el balcón observando a la gente que pasa por debajo de ti unos cuantos metros más abajo. Siente el sol templar tu cuerpo y piensa en alguna composición fotográfica artística desnuda al sol y fumando. Haz algo productivo después de perder dos horas eliminando cualquier miedo irracional que te retiene todo el tiempo. Lee cosas e infla tu cultura mientras aumentas tu estrés y tu odio hacia la red. Siente agobio pensando en la cantidad de información que acabas de intentar meterte en la cabeza. Olvídalo todo al rato y luego siéntete frustrada. Sal a la calle y anda como si tuvieras que llegar cuanto ante a los sitios. Detente un instante porque te estás jodiendo los tobillos. Escucha música con los cascos e inventa alguna coreografía callejera mientras te abres paso entre la gente con ágiles movimientos. Piensa en que  tienes que actualizar tu lista de reproducción del móvil y que a ver si la canción esa que nunca escuchas la quitas de una vez de dicha lista. Tómate un par de cervezas y reflexiona sobre la política actual y cómo juegan con el declive económico y sobre el consecuente derrumbe de los pilares de la educación y la salud. Vuelve a casa con un poco más de angustia que antes de decidir salir para aliviar tu mente (...)

23 enero 2013





La literatura para mí viene a ser algo así como una prolongación metafísica de la tristeza.











12 enero 2013

La poesía no quiere nombrarte.

No te escribo poesía porque no quieres que nadie te adore con versos baratos que podría recitar de forma azarosa en cualquier instante caprichoso de alevosía. Tú buscas un amor impertinente, que te materialice en textos amargos y punzantes, de esos que te dejan en trance cuando escribes y te descubren desnuda y descompuesta cuando pones un punto terminal. Me desequilibras porque necesitas alimentarte de las palabras que conjugo para arañarte todas esas veces en las que aún no concibo que, cuando te pones ligeramente de perfil y observas levantando despacio la mirada por encima de la copa de vino y la acaricias deslizando delicadamente hacia abajo tu dedo índice por todo su borde, su curvatura, su cuello y su base, es porque estás entrando un poco más en ti y huyendo, hablando a grandes rasgos, de todo el resto. Y que es sencillo -me dices-, que no queda otra que resignarse a tu imparable y destructivo comportamiento sobre el que no quiero empezar a dramatizar. Pero lo justificaría diciendo que yo en ocasiones cedo mi norte mientras que tú no permites que tu cuerpo cese de agarrarse a la inherencia espiritual y abstracta; tú ya no quieres volar ni despeinarte. Serpenteas tus brazos por mi cuello y clavas elegantemente tus uñas en mi espalda, como si con la copa de vino tratases. Y susurras que quieres enseñarme un millón de motivos para derramar literatura sobre ti provocando toda esa furia interior, buscas que me abra y revele y me entregue al Arte, como si me deslizara por un tobogán, conmovida por esa adrenalina que me inunda cuando atisbo y comprendo la ruleta rusa en que consiste tu carácter derrotista y selectivo entre lo que es necesidad y lo olvidadizo. 

Y primero abrazas
                          para luego empujar
                                                     a esos abismos















                                                                             de incertidumbre cuando
                                                                                                                me colmas de desidia
                                                                                                                                                y sentencias que

la vida
fue tan injusta contigo que sientes amor y miedo en la misma proporción y que es por eso 
por lo que no puedes detenerte,
y me sacas la fuerza desde dentro como el que descorcha una botella de champán francés, mi amor.







11 enero 2013

Exijo un abrazo tan grande que me rompa y me abrigue a partes iguales.