No podrías hacerte a la idea eh.
Su mano deslizándose por mi pelo, sus dedos liándose a modo persiana entre mis enredados mechones. Sabía que yo era la mayor enemiga de los peines, y siempre jugaba a pasar la mano entreabierta por mi nuca y notar como se deshacían los pequeños nudos. Ella adoraba sentarse en el asiento delantero de al lado del coche a mirarme. Estoy convencida de que pensaba que yo no reparaba en ello, pero tal vez debería haberle dicho que claro que me daba cuenta de que intentaba acercar su mano hacía mi hombro y hacer que pareciese una casualidad. Pero no sabía hacerlo sin temblar, y comenzaba apoyando el brazo en el respaldo de mi asiento. Y, con las mismas, se iba acercando poco a poco, dudando por instantes. Cuando estaba a tan sólo dos dedos de mi piel, frenaba en seco, se le agitaba la respiración y tenía que hacer grandes esfuerzos por contenerla y obligar al aire a salir a un ritmo normal. De eso también me daba cuenta, por la forma tan profunda con la que cogía aire por la nariz y cómo lo contenía un buen rato antes de expulsarlo sutilmente. Me miraba fijamente, podría decirse que casi sin parpadear, y fruncía los labios, como si con ello pudiese contener lo que fuese aquella cosa que parecía impulsarla a chocar su boca contra la mía. Yo analizaba cada uno de sus leves movimientos con los ojos cerrados, recostada sobre el asiento y tarareando la canción que sonase en aquel instante, con un brazo apoyado detrás de la cabeza, el otro reposando sobre mis piernas un poco entreabiertas, sosteniendo un cigarrillo que se consumía despacio y del que salía un humo quizás demasiado poco denso en comparación con el aire que se respiraba allí dentro sometido a tanta tensión; alimentado por la candorosa presión que ejercía el calor de nuestros dos cuerpos casi inertes en aquel espacio cerrado. Hacía como que no me daba cuenta de nada, pero en el fondo me sonreía por dentro, reconociendo cada uno de sus gestos, de sus movimientos, adivinando lo que venía a continuación. Era una sensación agradable. No sabría como explicarlo, pero supongo que con ella siempre sentía que se acababa la carrera. Como llegar a la línea de meta y poder coger una bocanada de aire bestial. Quiero decir, voy con prisas a todas partes, es mi forma de actuar ante la vida, bajo presión, mi cerebro va demasiado acelerado y piensa más rápido de lo que puedo ejecutar. Como ir cuesta abajo y sin frenos, pues igual. Sólo que ella era algo semejante a una terapia de choque. Un colchón en medio del camino contra el que estamparme y hacerme parar en seco. Luego me hacía el amor. Cuando se aseguraba de que había recuperado el aliento volvía a dejarme huir.
Y yo boca arriba y ella recorriendo con los ojos el contorno de mi perfil, como dibujando en el aire las sombras con las que el sol a punto de ponerse manchaba mi piel. Frente, cejas, ojos, nariz, labios, labios, labios. LLegados a este punto su mano cobraba vida por sí sola, se apoyaba en mi hombro y parecía casi que aquella fuerza presente en forma de calor sofocante en el ambiente se aduañaba de nuestros estómagos, pues juraría que era rozarme y sentir un vacío enorme en el costado que de ser un poco más intenso me haría doblarme por la mitad. Siempre tenía las manos frías, y el contraste contra mi piel desnuda es una de las sensaciones más agradables que haya podido llegar a sentir nunca. Y entonces, de repente, se detenía, yo abría los ojos y giraba la cabeza rápida pero suavemente. Le clavaba la mirada, primero al techo y luego a ella, y te aseguro que si hubiese habido alguien allí presente hubiera temblado de la cabeza a los pies. Casi se diría que la traspasaba con la mirada. Y casi diría también que realmente es algo como tal, pues no sé por qué, pero con ella todo era demasiado nítido, transparente, no hacía falta decir nada, con un barrido de ojos podía llegar a comprender cualquier cosa que intentando explicarme con palabras no llegaría a conseguir nunca. Aguantaba la palpitante intensidad con que mis pupilas se clavaban en las suyas, y en ellas podía ver que se exponía por completo, se abría en canal. Y es que joder, esa chica sí que estaba llena de vida.
Y ya no sé ni interpretar qué sentía exactamente cuando su mano trepaba dulcemente por delante de mis ojos y terminaba deteniéndose en mi flequillo. Porque es que ahí perdía la noción del tiempo, del espacio y de todo lo que se pueda perder ésta. Todo daba una vuelta y mis ojos se cerraban intentando que no saliese disparaba toda la vorágine que se me formaba dentro. Entonces tenía que encoger los dedos de los pies y morderme un poco el labio inferior si no quería empezar a temblar y delatarme. Que cuando venía a darme cuenta reconocía su otra mano sobre mis caderas, y de verdad, que dirás que son cosas mías, pero la mano parecía casi que me hablaba y me decía ven de una vez joder, llevo demasiado tiempo esperándote.
Y ya no pienso seguir intentando explicar nada (después de decir que entonces la mano se deslizaba hacía otras tantas partes de mi cuerpo, que yo no sé como lo hacía, pero joder, mira que no he conocido a nadie que separ tocar tan bien, la muy hija de puta) porque lo que viene a continuación me hace perder el sentido sólo con recordarlo.
Pero lo que me hacía volverme loca de verdad con ella era su forma de acariciar. El pelo, los labios, la piel. De cómo hacía que mi espalda se convirtiese en resbaladiza, y se conocía cada resquicio de ésta. Adoraba que me tocase la espalda, que me la recorriese de arriba abajo a un palmo sin rozar y pareciese que lo estuviese haciendo de verdad. Eso era pura magia joder. Qué manos, tenía las manos preciosas.
Y maldita sea, algo que yo sabía que tenía que. pero que nunca me salió decir, fue que me había cansado de huir, que necesitaba que esta vez no me dejase escapar, que no quería seguir haciéndolo. Yo sé que nunca fue una persona pretenciosa, y que lo que menos quería era hacer que yo me sintiera menos libre. Así que siempre estaba dispuesta a dejarme llegar, a darme lo que necesitaba, y anteponía lo que quiera que sea que ella sintiese con tal de hacerme estar bien a mí. Pero yo no sabía hacerle entender que lo que realmente estaba buscando era que me abrazase un montón de fuerte y dijese 'joder no te vayas esta vez quédate conmigo'. Y mi.erda, sé que habría regalado un pedazo de vida sólo por escucharme decir aquello, pero soy la persona más cobarde del mundo y cuando me invade el miedo yo sola me contradigo. Así que como nunca fuimos capaces de mediar palabra, seguí huyendo lo que me pareció toda una vida, y a día de hoy no he vuelto a verla nunca.
Y sí, joder, claro que la pensaba, cualquiera diría incluso que no hacía más que enamorarme más y más de aquella ausencia cada día. Y si cualquier ladrón de vidas, cualquier persona de estas que se alimentan de historias ajenas en los bares de carretera, me hubiese encontrado una tarde de domingo lluvioso y me hubiese sacado verdades como puños a base de invitarme a tiros de alcohol habría confesado que desde que me había largado no aprendí a desprenderme del todo de ella. Que no era capaz de dejar de huir, porque esa al fin y al cabo era la manera que tenía de encontrarla. Y creo que llegué a obsesionarme incluso, esperando que algún día apareciese en mi puerta con un par de maletas y me gritase a la vida que se acabó, que me iba con ella y no aceptaba un no como respuesta. Pero creo que huía siempre tan rápido que apenas dejaba que me alcanzase lo más mínimo. Es más, ni siquiera tenía puerta en la que pudiese aparecer. Y la busqué en otros labios, en otros ojos y en otras vidas, pero nunca, nunca, volví a reconocer en nadie aquella forma tan penetrante de acariciar como ella lo hacía.
Y sí, finalmente con los años, dejé de escapar de todo, esperando que no hubiese desistido de buscarme y dejándole toda esa ventaja que un día le llevé por si algún día seguía queriéndo encontrarme como de casualidad.
Y que después de hacerme el amor no hiciese falta decir nada, ni siquiera lanzarnos una de esas miradas apagadas de 'tengo que marcharme otra vez'.
Y amanecer cada fin de semana enredada entre sus piernas y sus sábanas y sus besos. Y su mano apoyada en mi espalda, como si lo último que hubiese hecho antes de ir a dormir fuera asegurarse de que no podía escaparme sujetándome por detrás.
Siempre me hizo sentir súper protegida el notar la palma de su mano ahí detrás. Como dejando claro y sentenciando que era lo más seguro con lo que podría haberme topado. Y es que al fin y al cabo eso es lo que más miedo me daba de todo, lo que me impulsaba a hacerme escapar de nuevo cada vez, la plena tranquilidad que esa chica me hacía expulsar por cada poro.
Eso me tenía realmente acojonada.
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