30 julio 2010
Su vida estuvo temporalmente demasiado vinculada a ella, que hacía ya mucho que tendría que haber aprendido a desprenderse de sus manías, de sus intermitentemente cambiantes estados de ánimo, de su obsesiva forma tan elegante de sujetar los cigarrillos entre sus largos y finos dedos. Del repiqueteo de sus dedos sobre la mesita de noche con la mirada fija en la lámpara de sobremesa, y su luz tenue. De aquél humo que inundaba la habitación donde tantas veces. Donde tantas veces, joder. Impregnándolo todo de una manera demasiado estoica, demasiado viva. Esto es lo que se puede llamar vida, sí; se repetía una y otra vez. Pero ella bien sabía que sólo era un método mecánico defensivo(de todo menos planteado) ante todo lo que esa chica le provocaba, una manera de convencerse a sí misma de eso era lo que quería. Que claro que sabía que la estaba atrapando con la misma facilidad con que ese maldito humo se fusionaba con el aire. Y sólo con meterse en su cama tres de cada cuatro. Pero nunca acertó a conocer si eso era realmente lo que esperaba, si aquello era tangible, lo que sentía(quería) verdaderamente, o simplemente alguien fácilmente volátil, un amor de esos no demasiado extensos, poco desgarradores y casi -diría yo- llenos de un vacío excesivamente abrumador. Pero intensos a rabiar.
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