24 marzo 2011

La gente va y viene callando todo lo que tiene que decir, ese tipo de cosas que nos quitan el aliento. Nos refugiamos en grupos de personas con intereses comunes. Nos escondemos detrás de una mesa de café y sacudimos la cucharilla con la misma energía con que removemos las ideas entre la espuma y la nata montada de los capuccinos. Miradas furtivas y gente. 

La chica del pelo rubio platino y gafas de pasta lleva un tatuaje enorme que le recorre la espalda entera. Seguro que es su coraza. (Su corazón). Ella fuma como si el tiempo no pasara, despacio, dando caladas ligeras al cigarrillo que sostiene entre los largos y finos dedos de su mano derecha, apretando el filtro suavemente con los labios. Dejando huella. Y yo lo pienso y sólo de hacerlo me entran ataques histriónicos, tengo una extraña urgencia de hacerlo todo deprisa, de hacer las cosas importantes a cuanta mayor velocidad mejor para dejar tiempo libre que perder. 

Necesitamos refugiarnos en lo material, expresión corporal, que lo llamo yo. Nos sentimos seguros tras esa cosa que nos identifica, que nos da carácter y personalidad. En lo que nos diferencia de la gran masa homogénea de gente. Tú pintas, yo escribo, él canta, ella hace fotografías y ha montado un bar de copas a lo Francia años 50. No hacemos lo que somos, sino lo que queremos llegar a ser. Derrochamos horas pendientes del reloj, del televisor, de las redes sociales y de la gente que pasa por la calle. Compartimos cervezas y un millón de cuestiones a debatir. Pasamos tardes enteras sentados en las terrazas con sillas metálicas que hacen un ruido característico al arrastrarlas por el suelo. La energía ni se crea ni se destruye, se transforma; y con el conocimiento pasa exactamente igual. -Tú toma éste, yo ese ya lo tengo repetido-. 

Hoy pasé por delante de una tienda que vendía vestidos vintage, quise comprármelos todos. Pero eran de esos que quedan por encima de la rodilla y a mí la vergüenza aún me queda a la altura de los tobillos. Hace un buen tiempo que te mueres, te encantaría estar aquí paseando por un parque con una litrona bien fría bajo el brazo e ilusiones que soltar a bocajarro. La primavera crea ilusión, devuelve las ganas y borra a rayazos de sol el viento huracanado demencial que nos inculca el invierno. 
     
También descubrí una nueva tienda de libros antiguos, una de esas a los que llevas los que no quieres y te llevas alguna que otra reliquia por un par de duros insignificantes. Me absorben. Hubiera entrado allí dentro a beberme todas aquellas letras, pero el tiempo. Pasamos el día dejándolo escapar y cuando nos topamos con cosas que nos quitan el sueño, caemos en la cuenta de que se nos hace tarde. Tarde, como tú llegas siempre a todas partes. Tarde. Me has robado la palabra.

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