Te escucho. Te entiendo. Al menos quiero hacerlo, quiero entenderte, de veras. Pero también quiero callarnos y que no exista este tema de conversación, sin tocar nada, sin mover un sólo dedo. Corremos peligro de derrumbe. Se me ocurriría decirte por qué no te dejas ser feliz, por ejemplo. No sé. Me bloquea un poco todo esto, para mí tampoco es fácil; a veces lo veo tan grande y tan cierto que me entra el pánico sólo de imaginar que también es propenso a desvanecerse. Como tú a ratos, que no estás. O que de verdad existe, da igual, asusta en la misma medida. Han roto demasiadas realidades aquí delante últimamente. Déjalo estar.
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