15 julio 2011

Sé que verdaderamente no te importará esto que voy a contarte, pero tenía unas ganas horribles de hacerlo desde esta mañana: he estado cambiando la habitación desde hace un par de días, he quitado una de las camas y vamos a comprar una de metro-quince. He pintado las paredes también. Ayer por la tarde pasé por una tienda de pintura y les pedí que me aconsejaran; acabé eligiendo un azul eléctrico. Es curioso, no lo pensé hasta que llegué a casa: me recordó a ti, a tu vieja camiseta que no te quitarías ni aunque te pagaran por ello. Y el cuadro que empecé a dibujarte, ¿recuerdas?. Lleva dos años reinando en el caballete que tengo a la entrada de la habitación y en ocasiones pienso que es un estorbo, pero no soy capaz de quitarlo de ahí en medio. Ahora parece que las paredes lleven tu nombre, y no es justo, no es justo que sigas presente tantos años más tarde.
Algo que también me descolocó un poco fue cuando me subí al taburete de madera para quitar una de las baldas de al lado de la ventana. Estuviste atornillando conmigo la misma hace un par de veranos, por estas fechas. La capitana vino a ver si necesitábamos ayuda ahí en lo alto y de pasó preguntó que si sabíamos qué significaban aquellas tres cifras que empezaban a aparecer pintadas por todas partes y, desde hacía un par de días, en las paredes del edificio de enfrente. Recuerdo que nos lanzamos una mirada producto de miedo mezclado ligeramente con confusión. Nos pusimos nerviosas, se tuvo que notar bastante, seguro. Y he de reconocer que hace eones que no notaba que mi inteligencia se dilatara tanto, diera tanto de sí. En aquel momento se me ocurrió lo más ingenioso que podría haber salido de boca de nadie, pues ella sabía que al fin y al cabo nos perdía la música, así que creo que fue una respuesta totalmente válida. Me he (son)reído recordando aquella situación montones de veces. Todo lo que recuerdo después de eso es que te fuiste, y ahora parece como si por aquel entonces, no volviese a saber de ti durante meses hasta que un día coincidiéramos, al menos en apariencia física, porque creo que tú y yo nunca volvimos a ser las mismas. Nos habíamos desencontrado por completo y aun no hemos regresado de allí a día de hoy. Es increíble lo que puede llegar a cambiar una persona cuando se pierde el contacto con ella. Bueno, imagino que lo que cambia realmente es la percepción, cambia nuestro punto de vista y la forma que tenemos de ver las cosas, es madurar. Pero no es eso a lo que me refiero exactamente, era una sensación extraña: era mirarte y parecer que no fueras tú en absoluto, que jamás hubiéramos cruzado siquiera un par de palabras antes de aquel instante.

Hace dos días que se hizo el último agujero y entonces empezó a salir todo a borbotones. Sufro de un ataque de sinceridad incontrolable. Me senté con la capitana a hablar hasta haberlo soltado todo. Le expliqué mis miedos, mis enfrentamientos internos, le expliqué mi forma de ver las cosas (o al menos le hice entender cuan diferente me siento). Me asustaba su mirada, no era capaz de mantenerla y me limité a clavarla en el suelo durante toda la conversación.

(...)

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