21 agosto 2011

I.

- Tenía siete años cuando abandoné mi walkman Sony por uno de los primeros discman que salieron al mercado. Fue mi regalo de cumpleaños de 1998. Era gris mate, y mi botón favorito era el del modo aleatorio.

Recuerdo infinidad de ocasiones en las que discutía con el sargento porque yo me empeñaba en dormir con los cascos puestos. Que te vas a quedar sorda un día de estos -me decía-. Eran de estos externos y grandotes que tanto están de moda hoy en día. Me cubrían casi toda la cara, debía estar bastante graciosa. É
l me quitaba las pilas tras insistir varias veces en que lo desconectara y yo, en cuanto me daba un beso de buenas noches y cerraba la puerta de la habitación, cogía alguna de las que tenía bien escondidas en el cajón de la mesilla de noche.

La música ha sido mi compañera desde que era una enana, me ha ayudado en los momentos más complicados de mi vida y me ha enseñado las mejores lecciones para conocerme un poco mejor. Cuánto más, fue la que supo entenderme sin excepción cuando la capitana cayó enferma y yo no tenía esperanza ni dios en quien creer para rogarle que no se la llevara consigo.

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