De izquierda a derecha. Amarillo, amarillo, blanco, mierda. Tengo el miedo y los nervios acoplados, aplanados en la garganta. No puedo dejar de pensar en que vienes. Y es que esta vez es cierto que vienes, ¿sabes?. Diría incluso que casi te estoy viendo ya bajar del autobus, con tu mochila de cuero marrón, una mano en el bolsillo con dos dedos por fuera de este sosteniendo un cigarrillo apagado y que vas a encenderte en cuanto pongas una de tus zapatillas viejas y sucias en el suelo. Con la otra mano te colocas el flequillo que siempre te cae resbalando por la frente y te mojas un poco los labios con la lengua, como si cataras el aire de esta ciudad. No sé si me diagnosticarán una parada cardíaca autoinducida o qué, pero este es un completo suicidio a mano armada, pero sin armar. Noto el corazón en las manos, en las pestañas. Noto el corazón en. No noto el corazón, se me ha salido por la boca. Amarillo, amarillo, otra vez, joder venga. Espero ansiosa. Aún no puedo creerme que estés llegando aquí, a mi ciudad, a esta estación. Pero puedo imaginarte sentada en el autobús, observando, como sólo tú podrías hacer, preguntándote cosas que la gente normal no se llegaría a cuestionar en su vida. Cosas como por ejemplo por qué el chico con el pelo tupido de dos asientos más allá de la parte derecha no deja de rascarse la cabeza y mirar el reloj nervioso. Una bomba, lleva una bomba seguro -murmuras para ti misma-. E inmediatamente ya estás analizando otra cosa, superponiendo pensamientos. Como por ejemplo, que hay que ver lo bonita que es la luz de la prematura primavera. Puedo visualizarte allí sentada, inmóvil, al final de cualquiera de aquellos autobuses de color blanco y letras azules. Azules. Como tus ojos. Cruzando el puente de los seis anillos, el único que conoces (que me lo repites siempre y no me canso). Puedo casi verte pensando, dando todo eso que va a ocurrir por sentado, como si venir a verme a escondidas fuera lo mas normal del mundo, como si lo hicieras formar parte de tu rutina, así pierde importancia, ¿no?. Al contarlo, al expresarlo con palabras, se hace tangible y pasa de ser algo real a convertirse en certeza -piensas seguro-.
Dentro de poco, en unos minutos, vas a estar a dos centímetros de mi boca. Y esa es muy poca distancia, ¿sabes?. Joder.
A todo eso le doy vueltas en mi cabeza mientras observo muy atentamente cómo decenas de autobuses se amotinan poco a poco en la estación, lanzando fuertes rugidos desde alguna parte del interior de esas grandes carcasas oxidadas, esquivándose unos con otros y saturando el sonido de forma brutal. Dejo que el ruido se apodere de todo, haciendo así que pase a un segundo plano y que mis oídos se acostumbren a éste. Todos se colocan en orden, formando un ejército de masas pesadas, humo, ruido y metal; unos al lado de otros. Descansando sus pesadas armaduras sobre sus desgastados neumáticos y sus motores enfriándose; colocándose entre metálicos chasquidos, crepitando de forma similar a como lo hacen unas hojas secas al ser pisadas, pero a lo bruto; y yo empiezo a atenerme a lo que viene en unos instantes.
8.37 de la mañana. Abril. Sevilla. Mi ciudad. Infarto. Corazón. Tuyo. Tú, yo.
Y así paso una hora sentada en cualquier esquina de esta estación, observando con detalle la vida tan ajetreada que llevan todas esas personas que suben pisando fuerte hacia la planta superior y hacen temblar la barandilla de la escalera principal. La misma vida sin vida. Pensamientos fugaces mientras te imagino, has dado tantas vueltas en mi cabeza que ya estás presente en ella incluso cuando trato de no hacerlo.
Tiempo suficiente para ir familiarizándome con esos grandes muros, con cada uno de los sucios rincones, con todas esas enormes vigas que atraviesan el techo de un extremo a otro como si de telarañas a gran escala se tratasen, una maraña de hierros que cruzan de lado a lado. Te quiero tener aquí delante, debajo de todas esos palos gigantes, bloqueándome hasta los movimientos voluntarios más básicos y haciendo que mi inercia de pensar en cosas sin pies ni cabeza me parezca lo mas absurdo del mundo, porque estás aquí delante y sólo cuando no, todo deja de tener sentido. Y yo me pierdo.
"El autobús con destino x está a punto de efectuar su llegada a la estación", suena por megafonía, rebotando arriba y abajo, con eco. Un mensaje envasado al vacío, que termina escapándose por algunos de los grandes ventanales que cubren en cadena toda la parte superior de los muros de la fachada. Mierda, acabo de reparar en todo lo que me han empezado a sonar las tripas ahora mismo, y es que todo esto es cierto. Y yo ya estoy deliarndo. A estas alturas ya casi estarás de pie en medio del estrecho pasillo entre las columnas de asientos, con las piernas un poco cruzadas tal quela rodilla izquierda quede levemente por debajo de la derecha. Siempre. Mordiéndote espontáneamente las uñas para controlar tu nervio, sujetándote la caída natural de tu pantalón tirando de la hebilla del cinturón hacia arriba, con la otra mano colocándote las gafas y el flequillo (en ese orden) y sujetando la mochila; todo eso de forma intermitente. Y la mirada perdida en cualquier parte...
Tras localizar el autobús en el que vas montada, no puedo evitar correr hacia él de una forma que denota un poco de histeria, que trato de disimular. Y al llegar dejo caer mi hombro izquierdo sobre la columna situada frente al cartel indicador del número de andén. 10, dice. Di-ez. Estaba claro, no podía ser otro. El autobus se detiene a apenas unos metros del pilar que me soporta. Termina su viaje soltando un gran chasquido que se me antoja demasiado eléctrico, apaga sus entrañas y abre sus puertas tras dejar escapar un sonoro bufido, como quejándose. La señora de la gabardina de color rojo chillón (hortera), el niño de camisa a cuadros y peinado rollo ochentero. El chico nervioso de la bomba inexistente. Tú. Estás preciosa joder, estás tan guapa que eclipsas -susurro a todos y a nadie en particular-.
Y es entonces cuando parece que el aire se condensara y me ensordece, escucho mi respiracion como si estuviera sumergida por completo en una bañera y dejara que el agua se colase en mis oídos. Surcando todas las penetraciones y dejando entrar algún estigma sonoro, si acaso, un pequeño resquicio de toda vida allí existente que nos rodea. Y veo todo eso como si se tratase de una sucesión de fotogramas, de fotografias polaroid pegadas unas al lado de otras formando una trama de. Silencio, un pitido, silencio, tú, acercándote. Silencio otra vez. Tú. Te apartas el pelo con esa elegancia natural que tanto derrochas, esa que tanto me pierde, esa que me vuelve tan loca, tan imparcial, tan egoísta.
Silencio y tú a dos pasos de mis labios. "Hola", dices mientras me tomas de la mano derecha con tu izquierda y me la aprietas con fuerza. "Hola mi chica", vuelves a decir, con una sonrisa tan tímida pero intensa a la vez. Mecagoenlaputa. Caigo en la cuenta de que me he quedado inmóvil, y tras ver que esperas una reacción por mi parte y casi por impulsividad e inercia, te rodeo por los hombros con mis brazos. Tengo que tener una cara de espanto, o de algo similar, seguro. Tengo que tener cara de "de no ser porque me tienes bien agarrada, echaría a correr en cualquier momento por esa maldita puerta". Me miras demasiado, y muy fijamente, me pones tan nerviosa que. Me miras tanto que me calas por dentro, me estas empapando de la cabeza a los pies.
Te acerco hacia mí pasando uno de los brazos por encima de tu cuello y el otro rodeando tu cintura, y me tiemblas los dedos en tus caderas. Tú haces igual. Y te fundes conmigo en un puto abrazo de esos que te corrompen por dentro y hacen que se disparen todas las alarmas de tu sistema nervioso.
El olor de tu cuello es el culpable de que caiga en picado hacia la realidad, como un hipnotizador que chasquea los dedos para que salgas del trance. Pues igual: estar contigo es como entrar en trance. Te entra una paz mental por dentro que eso no tiene explicación científica ni podrá tenerla jamás ni nada, porque es que joder. Nos separamos despacio sin hablar, sin decir nada, nunca fue necesario, -piensas-. Por poco, casi se nos escapa un abril.
Nos separamos a sabiendas de que no nos hemos saciado aún de brazos cálidos, de suaves roces, nos separamos sabiendo que podríamos seguir ahí quietas toda una vida como si nada, y eso, no hubiera pasado nada. Pero nos separamos, ¿sabes?. Nos miramos muy de cerca, nos sonreímos, con el aire pendiendo en los labios, colgando de los tuyos a los míos, como si se balancease por lianas que no tienen nada de existentes. El aire formando espirales de lo cercano de tu boca a la mía y tú y yo en la estación, estáticas, con ojos llorosos, con sonrisas de labios callados y corazones a punto de estallar. Manos temblorosas que piden a gritos fuertes apretones. Tú y yo, aquella estación. Y sevilla. Preciosa Sevilla.
Aún con los abrazos fríos: bienvenida seas, primavera
(a la estación de tus caderas).
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